Palabras de Laura y Ramón Labañino
Es bastante fácil decir “15 años”, y decir la palabra “lejos”, lo que no es fácil para nada es decir dentro de la misma oración, 15 años, lejos y papa.
La dificultad del asunto se materializa al recibir una carta cargada de amor, de cariños y de te quiero, con frases que perfecta y normalmente serian dichas y no escritas por correo, o en ocasiones acompañados por un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, no por un ruido de rejas cerrando detrás de una voz que te llega a través del teléfono.
La palabra difícil, nunca será lo suficientemente abarcadora para describir estos 15 años; pero es la que normalmente utilizo para explicar lo duro de este tiempo sin mi padre. Las situaciones que hemos pasado mi mama, mi hermana y yo ni siquiera llevan adjetivos que describan las frustraciones, temores y dificultades que hemos enfrentado. Desde aquella imagen de una niña de 6 años, siendo reganada por un guardia de una prisión de máxima seguridad, lleno de cadenas y llaves colgando de su cintura, hasta el momento más alegre, la celebración de un cumpleaños en la prisión, son recuerdos que entristecen o alegran mi vida cuando se miran en retrospectiva.
Los últimos quince años, han sido sin dudas, los más duros, los más tristes, los de más lucha; pero a la vez son estos últimos quince años los que me han dado la confianza y la esperanza para seguir luchando por su regreso, luchando por ese beso en la mejilla y ese abrazo fuera de las miradas de los guardias y de los focos de miles de cámaras de seguridad en una prisión.
Todas las personas que conocen a mi papa dicen que me le parezco mucho físicamente, en gestos, en gustos; (particularmente con el chocolate y la carne de cerdo). La verdad, me resulta difícil creer que haya alguien que se parezca a mi papa, un hombre grande, fuerte e imponente, pero más dulce que un mango; un padre celoso, quisquilloso y mandón, pero a la vez tierno, familiar y siempre dispuesto a escuchar.
Lo cierto es que compartimos muchos puntos de vista, no muchos gustos musicales, el mismo color del pelo, una caligrafía bastante difícil de entender y una necesidad inmensa de transmitir nuestro amor a todo el que nos rodea.
El momento del regreso, siempre ha motivado sueños durante todo este tiempo. Cuando era pequeña, lo imaginaba aterrizando en un avioncito minúsculo en la cocina de mi casa, ahora mismo, prefiero imaginármelo todo perfecto, que sea el mismo hombre que vi cuando tenía 9 años, en Beaumont Texas, cuando ya me era bastante difícil recordar algún momento con el antes de aquel reencuentro. Pero, aquí vienen otros momentos difíciles que durante estos últimos 15 años, han aportado elementos para definir este tiempo como doloroso.
Actualmente, que cuento con 21 años, me es difícil imaginar a mi papa llegando a cuba sin una silla de ruedas. Como dice mi mama: “los anos son implacables, siempre dejan su huella”, pues con mi familia, con mi papa, no ha sido diferente. En cada visita es más difícil levantar la vista y mirarlo caminar, o al menos mirarlo como trata de aparentar perfecto estado de salud, cuando ya es más que visible que ha perdido centímetros de tamaño, por la deformación que tiene en las rodillas. ¿Las causas? 15 años de prisión. ¿Las medidas para solucionar el problema de las piernas? Bueno, hasta el momento ninguna, estamos a la espera.
Ese momento, el momento del regreso, será el más feliz de mi vida, sé que nunca me sentiré mejor que ese día; pero no soportaría después de tanto tiempo ver la irreversibilidad del problema de las piernas de mi papa. Esta es la pesadilla que llega a arruinar mi sueño, cada vez que imagino el regreso de mi padre.
Un avión y una silla de ruedas no pueden ser el final de esta batalla que durante 15 años ha desgarrado mi padre, a sus cuatro hermanos, a sus familiares, al pueblo de cuba. Ese pueblo que 15 años después los espera con lazos amarillos.
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